Cada vez que uno se enfrenta a una película de redención carcelaria, el cuerpo (por experiencia) ya se pone en guardia. Suele pasar que, en un ambiente tan cerrado, el punto de diferencia lo marca la calidad de las interpretaciones como aquí vuelve a ocurrir.

Los actores están muy por encima de un guión que termina desinflándose conforme llega el tramo final.

Como suele ocurrir en estas cintas semidocumentales (recuerda a «Nomadland» con un par apenas de actores profesionales) en el momento en que se intenta «domesticar» la humanidad de sus protagonistas reales el buen sabor de boca pierde fuerza.